(CNN) — Hay un viejo chiste en París que dice que la cima de la Torre Montparnasse tiene la vista más bonita de la capital francesa. No por sus impresionantes panorámicas de la Torre Eiffel o de la basílica del Sacre-Coeur, encaramada en Montmartre, sino porque es el único lugar desde el que no hay que ver el rascacielos en sí.
Desde que se inauguró en 1973, esta torre de cristal color chocolate de 59 pisos ha sido denostada por muchos parisinos al considerarla una plaga en el horizonte de la «Ciudad de la Luz». Es el único rascacielos de París, con 210 metros de altura, en una ciudad conocida sobre todo por su uniformidad arquitectónica.
La ira inicial contra el edificio, diseñado por los arquitectos Jean Saubot, Eugène Beaudouin, Urbain Cassan y Louis de Hoÿm de Marien, no fue para nada inusual.
Históricamente, los parisinos se han opuesto casi por reflejo a los grandes cambios en el aspecto de su ciudad. La Torre Eiffel, terminada en 1889, fue objeto de burlas al principio, y algunos la calificaron de «trágica farola» y «gigantesco esqueleto desgarbado». Y muchos consideraron que las famosas pirámides de cristal del arquitecto I.M. Pei, instaladas en el exterior del Museo del Louvre a mediados de la década de 1980, tenían un estilo demasiado radical.
La Torre Montparnasse, a punto de cumplir 50 años desde su inauguración el 18 de junio, sigue siendo odiada por una parte importante de la población.
Una ciudad en transformación
Para entender por qué muchos parisinos consideran a la Torre Montparnasse fuera de lugar, hay que considerar por qué la ciudad tiene el aspecto que tiene hoy.
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El plan urbanístico de París y su estilo arquitectónico se remontan en su mayor parte a mediados del siglo XIX. En aquella época, la ciudad se consideraba superpoblada, húmeda y plagada de enfermedades. Para convertirla en símbolo de la grandeza francesa, Napoleón III encargó al barón Georges-Eugene Haussmann, entonces prefecto del Sena, que transformara la capital en una ciudad europea vibrante y moderna.
Haussmann arrasó muchas de las estrechas calles medievales y los decrépitos edificios de París para dar paso a amplias avenidas, plazas públicas, verdes parques y un nuevo sistema de alcantarillado, todo lo cual contribuyó a revitalizar y sanear la ciudad.
La parte más visible del legado de Haussmann es el estilo arquitectónico que lleva su nombre: los edificios de departamentos haussmannianos, las estructuras de seis pisos y fachada de piedra que son omnipresentes en todo París y dan a la ciudad su estética uniforme y distintiva.
Aproximadamente un siglo después, París se enfrentó a otra crisis de identidad. Aunque la capital permanecía intacta, la Segunda Guerra Mundial había dejado gran parte de Francia en ruinas. La reurbanización significaba una oportunidad para modernizar de nuevo el país, esta vez añadiendo autopistas nacionales y nuevos rascacielos, como se estaba haciendo en Estados Unidos y el Reino Unido.
«Sobre las ruinas del desastre de la guerra, querían construir algo completamente nuevo para una nueva generación», explica a CNN por teléfono Virginie Picon-Lefebvre, profesora de Arquitectura en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de París-Belleville y experta en la historia arquitectónica de la capital en la posguerra.
Montparnasse, un barrio del sur de París, fue uno de los primeros candidatos a un proyecto de renovación urbana a gran escala en la ciudad durante su auge económico posterior a la Segunda Guerra Mundial.
La zona ya había sufrido varias transformaciones. En la década de 1920 era un lugar bohemio de escritores y artistas como Salvador Dalí y Ernest Hemingway. Pero en la década de 1950 se había convertido en un barrio mísero con callejuelas, edificios en ruinas y una estación de tren superpoblada.
Aunque ya se habían trazado planes para la torre, el impulso cobró fuerza tras la fundación de la V República francesa y el regreso al poder del presidente Charles de Gaulle en 1958.
El objetivo era construir un barrio moderno destinado a una nueva generación de hombres de negocios de cuello blanco, repleto de oficinas, nuevos edificios habitacionales, una estación de tren renovada, una autopista hacia el nuevo aeropuerto que se estaba construyendo al sur de París… y la Torre Montparnasse.
Picon-Lefebvre explica que, al principio, la perspectiva de modernizar París entusiasmó sobre todo a arquitectos, ingenieros y promotores. Se planearon más rascacielos y transformaciones, así como la construcción de un distrito comercial al oeste de París llamado La Defense.
Pero la opinión pública se volvió rápidamente en contra de la torre, y los vecinos criticaron su altura en un barrio de edificios más bajos. Muchos residentes se quejaron de que el rascacielos solitario, el mayor de Europa tras su finalización en 1973, estaba fuera de lugar en una ciudad donde la mayoría de los edificios tenían solo seis pisos de altura.
A pesar de ello, el proyecto siguió adelante. El presidente Georges Pompidou aprobó la construcción de Montparnasse en 1969, y un año después se colocó la primera piedra del edificio.
«Es un horror», dice un transeúnte en un documental sobre la Torre Montparnasse emitido recientemente por la televisión francesa. Otra mujer, frente a la torre casi terminada, la calificó de «espantosa».
Sin embargo, algunos residentes pensaban que la torre era moderna y un signo de progreso. El edificio también ha atraído a su cuota de ocupantes de alto perfil, incluidos los presidentes François Mitterrand, Jacques Chirac y Emmanuel Macron. Los tres instalaron allí sus oficinas de campaña en algún momento del último medio siglo.
Picon-Lefebvre explica que, aunque la Torre Montparnasse era impopular, contaba con oficinas bien equipadas, hermosas vistas de París y fácil acceso al transporte público.
«Era muy cómodo trabajar allí», afirma.
El futuro de los rascacielos
A diferencia de la Torre Eiffel, la Torre Montparnasse no gustó mucho al público. En gran parte debido al clamor público, el ayuntamiento de París prohibió en 1977 la construcción de edificios de más de 37 metros de altura. Los rascacielos fueron desterrados a La Defense u otros suburbios hasta 2010, cuando el ayuntamiento de París relajó los requisitos de altura para permitir la construcción de altas torres de oficinas en la periferia de la ciudad, pero aún dentro de sus fronteras.
Esta decisión reavivó el debate público. Los críticos señalaron a la Torre Montparnasse como ejemplo de advertencia, ya que muchos parisinos siguen considerando un adefesio este rascacielos de 50 años de antigüedad.
Una candidata conservadora a la alcaldía de París en 2014 llegó a plantear el derribo de la torre durante la campaña, calificándola de «catástrofe urbana» (Perdió). La candidata ganadora, la actual alcaldesa Anne Hidalgo, calificó la propuesta de «disparate», pero ella misma reconoció que el edificio «ciertamente no es el más bello».
Algunos, sin embargo, pensaron que era hora de reconsiderar si los edificios altos pertenecían a París. El renombrado arquitecto Jean Nouvel dijo que creía que era hora de «dejar de pensar que París es una ciudad-museo».
«París no está acabada», declaró el ganador del premio Pritzker al diario francés Le Parisien en 2008. «Si los edificios verticales pueden enriquecer el corazón de la capital, ¿por qué privarnos de ellos?».
Tras un largo proceso de licitación, el gobierno de la ciudad de París aprobó en 2015 la creación del segundo rascacielos de París, la Torre Triángulo de 180 metros en el borde del suroeste del distrito 15.
Aunque Hidalgo apoyó inicialmente la Torre Triángulo, su administración ha vuelto a prohibir futuros rascacielos en la capital. El límite de 37 metros de altura para los edificios se restableció la semana pasada como parte de un amplio plan presentado para combatir el cambio climático y reducir las emisiones de carbono en la ciudad.
Se espera que la Torre Triángulo esté terminada en 2026. Está por ver si atraerá la misma ira que su predecesora, de 50 años de antigüedad.